sábado, 27 de marzo de 2010
domingo, 31 de enero de 2010
“La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo”
(Rm 3, 21-22).
En el mensaje anual de cuaresma 2010, el Papa Benedicto XVI nos invita a reflexionar acerca de la justicia. En él responde a algunas cuestiones tales como: “¿De donde viene la injusticia? ¿Existe esperanza de justicia para el hombre? ¿Cual es la justicia de Cristo?.
Explica que la definición común de justicia es “dar a cada uno lo suyo”, expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Pero ¿qué es lo que al hombre se le es debido en justicia que se pueda garantizar a través de la ley?, la respuesta es corta: los bienes materiales que en realidad es lo más externo al hombre. El problema de esta justicia distributiva consiste en que “aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley”. La ley no puede salvar ni mucho menos satisfacer las necesidades más íntimas del ser humano. La justicia distributiva no puede ofrecer lo que mas necesitamos: el amor de Dios que llena nuestras más profundas expectativas.
¿De donde vienen las injusticias? Nos responde el Santo Padre con el conocido texto de Mc 7, 15. 20-21: del corazón del hombre “salen las intenciones malas”. Surge entonces el viejo debate sobre las instituciones injustas, es necesario cambiar las “estructuras de poder”: las leyes, los gobiernos, la economía, los medios de producción, etc. Si cambiaran estas estructuras opresoras ¿cambiaría el hombre?.
Finalmente la justicia de Cristo, dice el Papa, es la que viene de la gracia, no es el hombre autosuficiente sino que necesita existencialmente de Dios y de los otros: “el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, necesidad de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad”. La justicia de Cristo, en realidad es su misericordia. Si Dios nos diera lo que merecemos tal vez no resistiríamos ni uno solo en pie; bien dice el salmista que Dios no nos paga según nuestras culpas, sino que usa con todos su misericordia. Justicia, es pues, el don de Dios que nos impulsa a salir del propio egoísmo, salir de la más absoluta soledad en la que nos deja el pecado. Viendo las cosas de esta manera, la cuaresma viene en nuestra ayuda, los Sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía nos introducen en esta dinámica evangélica, ir al encuentro de Dios y abrir los ojos para ver al hermano que sufre, al pobre, al huérfano y a la viuda, prototipo del necesitado en la Escritura. El amor de Dios, su misericordia, inundará nuestro corazón, de donde nacen todas las maldades y lo cambiará por uno según el corazón de Dios.
(Rm 3, 21-22).
En el mensaje anual de cuaresma 2010, el Papa Benedicto XVI nos invita a reflexionar acerca de la justicia. En él responde a algunas cuestiones tales como: “¿De donde viene la injusticia? ¿Existe esperanza de justicia para el hombre? ¿Cual es la justicia de Cristo?.
Explica que la definición común de justicia es “dar a cada uno lo suyo”, expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Pero ¿qué es lo que al hombre se le es debido en justicia que se pueda garantizar a través de la ley?, la respuesta es corta: los bienes materiales que en realidad es lo más externo al hombre. El problema de esta justicia distributiva consiste en que “aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley”. La ley no puede salvar ni mucho menos satisfacer las necesidades más íntimas del ser humano. La justicia distributiva no puede ofrecer lo que mas necesitamos: el amor de Dios que llena nuestras más profundas expectativas.
¿De donde vienen las injusticias? Nos responde el Santo Padre con el conocido texto de Mc 7, 15. 20-21: del corazón del hombre “salen las intenciones malas”. Surge entonces el viejo debate sobre las instituciones injustas, es necesario cambiar las “estructuras de poder”: las leyes, los gobiernos, la economía, los medios de producción, etc. Si cambiaran estas estructuras opresoras ¿cambiaría el hombre?.
Finalmente la justicia de Cristo, dice el Papa, es la que viene de la gracia, no es el hombre autosuficiente sino que necesita existencialmente de Dios y de los otros: “el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, necesidad de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad”. La justicia de Cristo, en realidad es su misericordia. Si Dios nos diera lo que merecemos tal vez no resistiríamos ni uno solo en pie; bien dice el salmista que Dios no nos paga según nuestras culpas, sino que usa con todos su misericordia. Justicia, es pues, el don de Dios que nos impulsa a salir del propio egoísmo, salir de la más absoluta soledad en la que nos deja el pecado. Viendo las cosas de esta manera, la cuaresma viene en nuestra ayuda, los Sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía nos introducen en esta dinámica evangélica, ir al encuentro de Dios y abrir los ojos para ver al hermano que sufre, al pobre, al huérfano y a la viuda, prototipo del necesitado en la Escritura. El amor de Dios, su misericordia, inundará nuestro corazón, de donde nacen todas las maldades y lo cambiará por uno según el corazón de Dios.
Etiquetas:
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma
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